viernes, 21 de marzo de 2014

Lazarillo del siglo XXI

Chiapas (Foto de flickr de Neal J.Wilson)

Buey cojo de la pata izquierda y ciego del ojo derecho (Foto de flickr de juanconde13)
        



                                                       Chiapas, 19 de marzo de 2014
Estimado señor,
Con este escrito que ahora me encuentro redactando, pretendo contarle el problema que estos últimos días ha estado acechándome. Sería fácil y cómodo contárselo tal y como pasó, pero opino que ha de saber algo de mi vida, que ya construye mi pasado y moldea mi futuro, para poder razonar, comprender y sacar las conclusiones que considere oportunas y más que necesarias.


Soy Pamela, una chica pobre que se podría decir que pasó la vida sin saber que era la suerte y que todavía sigue sin saber que es, y que nació en Chiapas, que es uno de los municipios más peligrosos y abandonados de la mano de Dios de todo México.
Cada vez que recordaba a mis padres los recordaba con odio y dejaba que la rabia alimentase mi mente, pero ahora sé que gracias a sus continuos e incesantes errores, por fortuna o por desgracia, hoy me encuentro donde estoy, escribiéndole esta carta.
Mi padre era alcohólico, o así es como le recuerdo, sentado en el sofá, con una zarpa en una botella, que duraba llena lo que dura un pestañeo, y la otra en el mando de la televisión, con el que constantemente cambiaba de canal. Mi madre era algo ligera, y puedo asegurar que su vestimenta encajaba a la perfección con este detalle sin importancia, pero he de destacar que ladrona como ella nunca he visto. De lo que sobreviví mis primeros años es de lo que ella “cogía prestado”.
Yo viví en algo más que un tercer plano. No le importaba a nadie, ni lo suficiente para que alguna vez mi padre me pusiera dibujos animados en la televisión o para que mi madre me diera de comer durante dos días seguidos, solo fui una incordiosa piedra en su camino que ni siquiera colocaron por voluntad propia. Crecí en ese ambiente durante siete años, más de lo que podía aguantar. Es un misterio como una niña de esa edad sobreviviera a tal barbaridad; supongo que fue debido a que esa inocencia que todo niño tiene rápidamente se esfumó dando paso a la astucia y al instinto de supervivencia. Durante esos muy educativos siete años que allí pasé me las ingenié para comer; aprendiendo de lo que veía.
Si hago memoria todavía recuerdo un día, con no más de cinco años, donde ya cumplía los seis días sin comer, pues mis padres habían llegado a la conclusión de que el dinero que habían ganado o robado, o yo que se que habrían hecho para ganar aquella millonada, no iba a ser invertirla en mí.
Ya convencida de que mañana no despertaría, y sacando fuerzas de flaqueza para mantenerme en pie para andar y encontrar comida, vi a un hombre que buscaba desesperadamente a su buey que acababa de darse a la fuga mientras el dormía.
El hombre corrió hacia mí, y me preguntó si había visto a su recientemente perdido buey, y como respuesta contesto:
-¿Ese buey ciego del ojo derecho y cojo de la pata izquierda?
Él con la sonrisa ya dibujada en el rostro lo confirma, pero dura poco su felicidad, pues no me queda más remedio que decirle la verdad:
-No, no lo he visto.
El hombre no se explicaba como sabía como era su buey si no lo había visto, y con la rabia ya recorriéndole por el cuerpo me exige que le diga donde estaba su ya no tan suyo buey. Ante esto le respondo que no se donde está, pero que deduje como es porque me había fijado en el suelo y visto las huellas del buey. Vi que la pata izquierda no estaba tan hundida como lo estaba la pata derecha, y que el pasto del lado izquierdo del camino se lo habían comido, mientras que el del lado derecho se mantenía intacto. Al hombre no le quedó más que disculparse, y suplicó que le ayudara a encontrar a su buey ya que tenía la inteligencia que se requería para ello. Yo accedí, pero no antes de hacerle jurar que me proporcionaría el dinero para comer durante una semana entera. Él aceptó de mala gana, aunque supongo que hizo cuentas y afirmado que el buey valdría más.
Una hora más tarde encontramos al buey pastando de la hierba que brotaba en ambos lados del camino, pero siempre del lado izquierdo.
Así fue durante los años siguientes, ingeniándomelas cada día para conseguir la comida, cada vez con más maestría que la anterior, que mis padres nunca me dieron.

Otro día, cuando volvía del mercado y tras haber obtenido un gran botín al haber engañado al hombre que proporcionaba fruta a todo el municipio, haciéndole creer que un simple melocotón era una vaya mágica capaz de dar la felicidad eterna, volví a casa ya saciada. Aunque una sorpresa me esperaba ya allí. Mi anciana vecina se abalanzó sobre mí y me dijo que mis padres no iban a volver nunca jamás. La policía había estado estos últimos dos años buscando a una banda famosa de narcotraficantes que había estado pasando una gran cantidad de drogas a Estados Unidos por la frontera, y que por fin pudo dar con ellos y encerrarlos donde se merecían estar...¿adivináis quienes formaban parte de esa banda? Mis padres, que no solo eran miembros de la banda, sino que eran los que la controlaban. Esto explicaba ya muchas cosas.
Asuntos sociales no tardó en acudir, y a los dos días, con siete años ya cumplidos, me metieron en el coche que me llevaría a la siguiente etapa de mi vida y en la que todavía me encuentro pues es aquí donde mi problema empezó a echar raíces.

Me dejaron a cargo de una familia de acogida, quienes me enseñaron todo lo que ahora sé, todos los conocimientos que a día de hoy son imprescindibles en la mente de cualquier persona. Me enseñaron a leer y a escribir, don que hoy utilizo para escribir esta carta que ahora compongo. Pero nada se queda aquí, y no todos los momentos han sido felices, pues la mayoría los he pasado como esclava.
La única razón por la que accedieron a hacerse cargo de mí es porque no había muchas personas en esta familia de holgazanes dispuestos a hacer las tareas del hogar. Para eso ya estaba yo.
Si mi vida en Chiapas era dura, esta lo es aún más. No son más que un puñado de explotadores que que además de obligarme a realizar todas las tareas del hogar, me matan de hambre; incluso podría decirse que los animales piojosos que tienen como mascotas comen más que yo. Cuando vivía en Chiapas, puede que me muriera de hambre; puede que a nadie le importase aquella niña que se las arreglaba sola para conseguir un mendrugo de pan; puede que no todas las noches mis padres me abrieran la puerta para tener un techo bajo el cual dormir, pues se encontraban haciendo otras cosas que ellos consideraban más importantes; pero algo sé seguro, y es que prefería su indiferencia. Por lo menos ellos no fueron lo suficientemente listos como para ponerme a hacer todas las tareas de que hay que hacer para mantener una casa.
Había conseguido sobrevivir a la pobreza extrema, y no entraba en mis planes perecer aquí, y pronto volví a sacar mis habilidades.
La familia no es que estuviera muy unida, y es de eso de lo que me he aprovechado, he puesto a todo el mundo en contra. Me he tomado la libertad de coger todo aquello que considero que merezco, y poco a poco han ido despareciendo cosas que para ellos tenían valor y que para mí aún más. Cada vez que robaba algo iba a la víctima y acusaba de haber visto al otro de al lado robando, y luego me tomaba la molestia de hacer lo mismo con el otro. Lentamente toda la familia ha dejado de fiarse de nadie, excepto de mí, que los muy tontos creen que soy la única persona en esta casa en la que pueden confiar, la única que guarda sus secretos. Ya ni se dignan a hablarse o a mirarse si siquiera a los ojos. Es por esto por lo que me gustaría hablarle; no se cuanto tiempo más voy a poder aguantar en esta situación. He conseguido subsistir durante unos nueve largos años en esta casa, pero no librarme de todas las explotaciones a las que me someten. Ya llevo dieciséis años en el arte del robo y del engaño, y ruego que no tome muy en cuenta este detalle, pues la vida me ha obligado ha ello y no ha sido por voluntad propia.
Es por esto que le pido que me saque de aquí si no fuera molestia para usted, pues juro que a mí nada me haría más ilusión, además de proporcionarles a esta familia un descanso bien merecido.

Muy atentamente,

Pamela

lunes, 10 de febrero de 2014

Complemento Agente

Imagen de Flickr de El Pelos Briseños
Después de tanto tiempo, sigo sin poder ordenar los acontecimientos de aquel día. Aunque no me culpo, la verdad,  lo que sucedió carecía de sentido, evitaba pensar en aquello.

Todo comenzó cuando yo y mi familia decidimos ir al parque donde a mi tanto me gustaba jugar con mi hermano, Adán. Mi madre había madrugado para preparar la comida de la que nunca llegaríamos a probar bocado. Fui sigilosa a la cocina donde mi madre posaba de pie ante el frigorífico abierto, que me sonrió para darme los buenos días con una sonrisa radiante y que dejaba al descubierto sus dientes perfectamente alineados y de un color blanco impecable. Era la mujer más bella que he conocido.
Me siguió mi hermano, que entró en la cocina, que todavía con los ojos cerrados, abrazó la pierna de mi madre en señal de buenos días.
Mi padre entró a la cocina, ya arreglado, y se precipitó para besar la misma boca que minutos antes me había dedicado la sonrisa más bonita del mundo.

Conseguimos arreglarnos en muy poco, algo impresionante para nosotros. El parque quedaba bastante alejado, y cogimos las bicis que compramos para este tipo de excursiones.
Adán era muy pequeño para ir en bici tan lejos, y mi padre seria quien lo llevaría en su bici.
Cuando llegamos ya era la hora de comer, y mientras mi madre y mi padre lo preparaban todo, yo y Adán nos fuimos a jugar, y acabamos en una especie de lago. Yo aburrida de jugar con un niño pequeño, me fui y dejé a Adán mojarse los zapatos en la orilla.
Fui a buscar algo entretenido a lo que dedicarme, y para cuando quise darme cuenta, solo escuchaba un grito aterrador proveniente de la garganta de mi madre.

Nada volvió a ser igual, su belleza se había esfumado como la nieve en primavera. Mi padre se había ido, solo de vez en cuando venía a verme a mí, y su energía ya no era perceptible, si es que quedaba.
No sé porque ya no sé quieren, no sé porque todas las noches escucho el llanto sofocado de mi madre, no lo sé. No me deja ir al parque, pero en cuanto puedo me escabullo y voy, paso horas jugando lo que no pude jugar antes con él.
No lloréis más, Adán está bien, le veo casi todos los días, es feliz, sé que no me creéis, y que os enfadáis cuando digo que me he escapado, pero es feliz... ¿por qué no le queréis ver?

jueves, 6 de febrero de 2014

Esquema: Las Oraciones


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